10 de septiembre de 2012

MATEOS DE BUENOS AIRES: LOS FUNDADORES DEL TAXI

"Mateo" es un nombre que la historia le debe al genial Armando Discépolo. Este vehículo que hasta ese momento había cumplido la función de taxi, se convirtió poco a poco en una curiosidad turística.

“Mateo” fue una pieza teatral que compuso Armando Discépolo en el año 1923 sobre las desventuras de un humilde cochero de carruajes que se veía desplazado por el progreso y la llegada del automóvil. Pero fue tal la popularidad de la obra de teatro, que los porteños comenzaron a aplicar el nombre “mateo” -que en la obra era el nombre del caballo flaco y desvencijado- a todos los carruajes de tracción a sangre. Y este vehículo que hasta ese momento había cumplido la función de taxi, se convirtió poco a poco en una curiosidad turística.


Pero el “mateo” sufrió varias adversidades. La primera fue la llegada del tranvía en 1870, y la segunda la de los colectivos en 1922, casi simultáneos con los “exterminadores” Ford T y Ford A, por los que hubo furor en Buenos Aires. Y el golpe definitivo fue en 1960, cuando se prohibió la tracción a sangre en el radio urbano.


Habían debutado en las calles porteñas un siglo atrás, con versiones que imitaban el original modelo europeo, nacido en alguna ciudad nunca bien determinada: Londres, París, Roma, Madrid, quizá Berlín, Ámsterdam o Budapest. Con características particulares, pero idéntica prestación, se los llamó “calesa”, “fiacre”, carroza, carruaje, cupé, galera, volanta, cabriolé, break, victoria. Coches de punto, en España, y después, Simón, por Simón González, pionero en el oficio según licencia del mismísimo Fernando VI. Aquí en Buenos Aires se los llamaba “coches de plaza”, porque tenían su parada principalmente en Plaza de Mayo y Constitución, Lorea o Miserere, esquinas céntricas, terminales de trenes y zonas portuarias.


Los mateos inspiraron varios tangos, como "Mateo", de Enrique Lomuto; "Viejo coche", de Celedonio Flores, y "Viejo cochero", de Horacio Sanguinetti. También se menciona uno en el estupendo vals peruano de Margarita Durán, "Amarraditos" o en alguna página de nuestro folclore norteño.


En 1866 se dictó la ordenanza municipal que regulaba la actividad. El paso del tiempo tornó exóticos sus artículos. El 6° exigía "llevar faroles encendidos en las noches que no fueran de luna llena o en las que ésta no alumbrase". Y el 12°, "el pasajero queda obligado a pagar el precio convenido (...), a menos que el carruaje ofreciera peligro por sus características o por la inhabilidad del conductor".


Estas ordenanzas tuvieron que  ver con dos hechos trágicos. El 1° de julio de 1896, a las 22:00  Leandro N. Alem abordó el coche 1558 en Rodríguez Peña y Cuyo (hoy, Sarmiento) indicando como destino el Club del Progreso. A las dos cuadras se disparó un tiro en la cabeza. El conductor, Martín Suárez, no lo había escuchado y al darse vuelta, frente al club, alcanzó a decir: "Doctor, ya lleg...". El otro, el atentado que el 15 de noviembre de 1909 perpetró el anarquista Simón Radowitzky contra el jefe de la Policía Federal, Ramón L. Falcón. La bomba que arrojó al coche lo mató instantáneamente, junto con su secretario, Alberto Lartigau.


Hoy, por disposición municipal, los “mateos” tienen sólo dos paradas: Sarmiento, en sus cruces con Avenida del Libertador y con Las Heras, frente al Jardín Zoológico. Con el paso de los años, los carruajes con caballos fueron limitados a la zona de Palermo. "Apenas quedamos ocho", dice Pascual Galati, de 54 años, tirando de las riendas de Varón. Ese es el "oficio de la familia", de su abuelo y de Esteban, su padre, hasta los 82 frente al pescante. "Tomará la posta mi hijo Miguel Ángel."
La identidad de cada carruaje se la otorgan las decenas de objetos que decoran su interior. Muñecas, juguetes, flores y hasta chapitas de bebidas antiguas son los recuerdos que dejan los paseantes para darle al mateo algo de su identidad.


Rodolfo Loretta sigue teniendo, a los 82 años, la misma pasión por los caballos que tenía de pibe. El mismo amor que le heredó su tío, cuenta, allá por el 34, cuando apenas tenía 10 años. Está todos los días en Avenida del Libertador y Sarmiento, de 11 a 19, salvo cuando llueve y queda "guardado" en el único corralón de la ciudad, en Castillo 1471, Palermo, que le pertenece. Cuando era chico, recuerda, un corralón de una manzana en Constitución alojaba hasta 100 carruajes y otros tantos caballos. Rodolfo es uno de los quince o veinte cocheros de "mateo" que, desde hace años y a bordo de la “Rubia de Palermo”, pasea por los bosques y lagos del Rosedal las ilusiones de miles de niños y turistas que desde la puerta del zoológico de la ciudad parten a conocer un mundo distinto.


“Actualmente somos alrededor de quince y entre nosotros existe un ambiente de camaradería muy especial, ya que pasamos juntos casi los 365 días del año, por lo que te puedo asegurar que somos amigos y lo mismo ocurre con nuestros caballos” aclara riendo. Antes era posible vivir con un "mateo", hoy, la mayoría de ellos debe tener otro trabajo para poder hacerlo. El caso de Rodolfo, por ser jubilado, es distinto, pero sirve para mostrar cómo estar cerca de una pasión puede mantenernos vivos más allá de las edades.


“Carruaje de Plaza”, nos aclara Rodolfo. El recorrido comienza subiendo al "mateo", sin dejar de destacar el hermoso sillón de cuero blanco, Rodolfo explica en detalle cada uno de los puntos importantes a medida que se avanza en esta marcha típica. Según lo requiera la nacionalidad de los pasajeros, Rodolfo puede apelar a su lunfardo perfecto, francés eficaz o inglés experimental para explicar a los turistas curiosidades y detalles de los sitios que se observan durante el recorrido.


El chofer tiene la esperanza que la tradición del mateo continúe viva, pero no sabe por cuánto tiempo. “Pero hoy somos solo un puñado de chóferes de Mateos”. Pese a todo, lo importante es seguir experimentando la sensación que le regalan los turistas, ya que la clientela casi excluyente son ellos, los cumpleaños de 15, las parejas de novios y el abuelo con los nietos. “Eso no se puede comprar ni conseguir en ningún otro lado”.


Al trote sostenido se transita la entrada del botánico, el zoológico, Sociedad Rural, la Embajada de los Estados Unidos, el Jardín Japonés, el misterioso y plateado Planetario, la elegante Avenida Del Libertador para llegar finalmente a los lagos y bosques del hermoso Rosedal de Palermo. Con la explicación pertinente en cada zona haciéndonos conocer un Palermo totalmente distinto.
“Aunque esta profesión es hermosa, el futuro no parece muy seguro. Los jóvenes buscan otras diversiones y para nosotros es difícil explicarles y transmitirles este sentimiento de amor que tenemos por los caballos”, reflexiona Rodolfo. Pero de hecho, los “Mateos” se resisten a extinguirse. Cuando pone en marcha su carruaje, se oye el rítmico tintinear de los cascabeles que cuelgan, de la yegua “La Rubia de Palermo” y luego del interesante recorrido podemos decir que aquí el paseo llegó a su fin.

Fuente: Boletín Nº 237 de “100 Años de Turismo Argentino”

Fecha de publicación : 10-09-2012