Cada 25 de julio conmemoramos una fecha muy importante: el Día Internacional de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora.
Esta jornada nace en 1992, cuando mujeres afrodescendientes de 32 países de América Latina y el Caribe se reunieron en República Dominicana para visibilizar sus luchas, resistencias y desafíos. Allí trazaron caminos para enfrentar las múltiples formas de desigualdad que viven: el racismo, el sexismo, la exclusión, la violencia y la pobreza; desde una mirada feminista y comunitaria.
Hablar de los derechos de las mujeres afrodescendientes es hablar también de nuestras Escuelas, de nuestres hijes, de nuestras comunidades. En pleno siglo XXI, muchas niñas y mujeres siguen enfrentando barreras que se agravan cuando, además de ser mujeres, son afrodescendientes. Por eso es tan necesario que nos involucremos en promover el respeto, el reconocimiento de la identidad y la erradicación de cualquier forma de racismo y violencia.
Rechazamos todo discurso de odio y toda práctica discriminatoria, en la Escuela y en cualquier espacio. Celebramos la riqueza cultural de nuestras raíces afro y nos comprometemos a construir espacios más justos, más diversos y libres de todo tipo de discriminación, ya que la diversidad nos enriquece como Pueblo y el respeto por las diferencias es la base de una convivencia democrática.
Acompañamos esta fecha reafirmando el compromiso con una Escuela que abrace la diversidad, que valore cada historia y cada identidad. Pero no podemos dejar de señalar que el Estado Nacional está ausente: faltan políticas públicas concretas que trabajen en la prevención y erradicación de la violencia racista, especialmente cuando afecta a niñas, adolescentes y mujeres afrodescendientes.
Mientras el racismo estructural siga sin nombrarse, sin medirse y sin ser parte de una agenda pública, el dolor y la desigualdad se seguirán reproduciendo.
Somos parte de una comunidad que sueña con un futuro mejor para sus hijxs, exigimos políticas públicas, con recursos y con voluntad política que protejan a quienes históricamente han sido silenciadxs.
Educar en igualdad no es un gesto, es una decisión política. Y sin un Estado Nacional presente, esa tarea queda, una vez más, en manos de quienes sostenemos cada día la vida en nuestras comunidades.